Capitulo I: . Los escenarios narcisistas de la parentalidad

 

A lo largo de su obra, Freud estudió las relaciones padres–hijos centrándose únicamente en el niño; por ello toda su teoría del desarrollo psíquico puede ser considerada como una exploración de la forma en que el niño experimenta esta relación y de cuáles son las consecuencias para él. Así pues, Freud utilizó, casi exclusivamente, un acercamiento unidireccional y no consideró prácticamente nunca la forma en la que los padres viven esta relación, ni las repercusiones que ésta puede tener en su funcionamiento psíquico. Dentro de su teoría [28], mostró como el niño primero va a encontrar en su madre un objeto para sus pulsiones libidinales, todo esto de forma “anaclítica”, basándose en “las primeras experiencias de satisfacción” de sus necesidades vitales (de conservación) ; el niño va a querer a la madre que cuida de él. La evolución que tiene lugar a partir de aquí es bien conocida: a lo largo de las etapas de maduración y de organización psicosexual, el investimiento libidinal del objeto se amplia y desplaza hacia el padre del sexo opuesto y transforma al padre del mismo sexo en objeto de rivalidad y de temor. Se trata del complejo de Edipo y de sus vicisitudes que más tarde van a influir en las relaciones con los “partenaires” de la relación amorosa adulta.

Sin embargo, cuando Freud introduce el concepto de narcisismo, en 1914 [29], describe otra forma de relación posible, una elección de objeto libidinal que él llama, justamente, “narcisista”. Aquí, no son ni la “la mujer que alimenta” ni el “hombre que protege” quienes serán los prototipos de los intereses libidinales, sino que uno se ama a sí mismo en la madre y en toda la sucesión de personas sustitutivas que parten de ella y con las cuales se establece esta “relación narcisista”.

Freud descubrió la “relación narcisista” -términos en apariencia muy paradójicos– en la patología del adulto. Describió casos de personas que no elegían sus objetos amorosos sobre el modelo de su madre sino sobre el de su propia persona, de una representación de sí-mismo. Así, buscan en el otro y aman del otro: “lo que se es, lo que se ha sido; lo que se querría ser, la persona que ha sido su propio sí-mismo” [29].

Para Freud, estas dos vías, que conducen a la elección del objeto, están abiertas a todo ser humano que podrá así establecer relaciones según el modo objetal (por apoyo) y según el modo narcisista. Tanto la una como la otra puede tener preferencia y ser predominante.

Llegados a este punto de la descripción de la “elección del objeto narcisista”, Freud se descentra excepcionalmente del niño para considerar la relación narcisista bajo el ángulo de los padres. Para él, en estos últimos existe “una compulsión a atribuir al niño todas las perfecciones (“His Majesty the Baby”) y de ocultar y olvidar todos los defectos”, “a renovar para él la reivindicación de privilegios abandonados desde hace tiempo para sí mismos, y como consecuencia se ven reflejados en el niño como se imaginan que eran ellos antaño”. Para Freud, el amor de los padres hacia sus hijos no será más que el renacer de su propio narcisismo, su amor hacia sí mismos. Posteriormente, precisará sobre esta noción en términos del ideal del yo: los padres desplazarían sobre el niño su propio ideal del yo (lo que les gustaría ser) con el que ese niño se identificaría, elaborando su propio ideal que a su vez, llegado a la edad adulta, proyectaría sobre su propio hijo; Freud llega incluso a considerar, que dados los aspectos “culturales” de ese ideal del yo proyectado, esto explicaría el mecanismo de la herencia cultural intergeneracional.

En sus observaciones sobre la psicopatología adulta que habíamos señalado antes, Freud destacaba de la misma forma, “de manera particularmente evidente” tipos de relaciones amorosas adultas en las que el sujeto coloca en el objeto de amor (en ocasiones en personas más jóvenes) su propia persona infantil, mientras que él mismo desarrolla el papel de la madre ideal de su infancia, que él ha creído o deseado tener, madre que satisface todas las necesidades y deseos y con la que se identifica. En esta “puesta en escena inconsciente” -cuya frecuencia clínica conocemos hoy en día– el sujeto se ama pues a sí mismo en su partenaire, que toma forma de esa madre ideal que encarna.

Debido a la falta de experiencia clínica directa en la relación padres – hijos, Freud nunca estableció explícitamente una proximidad entre las relaciones amorosas narcisistas adultas y lo que el describía como una relación narcisista de los padres hacia sus hijos, limitándose, como hemos visto, a considerar su carácter general. Pero nuestra práctica clínica de consultas terapéuticas padres–bebés/niños, nos ha permitido constatar que “puestas en escena” similares a las descritas como propias de las relaciones amorosas narcisistas adultas están presentes en proporciones y formas variables en todas las relaciones padres – hijos. Estas “puestas en escena” inconscientes son variables y se encuentran, por ejemplo, en la situación de sobra conocida, de la madre que proyecta en su recién nacido la imagen de su propio padre fallecido, cuyo duelo no ha superado, identificándose ella misma con una niña que vive siempre con su padre en una relación “fusional” de apariencia objetal, o en aquella situación en la que el padre ve en su hijo al niño ideal y todopoderoso que le habría gustado ser, identificándose, a su vez, con el padre igualmente ideal que le habría gustado tener.

Esto nos ha llevado a formular un concepto al que hemos denominado “los escenarios narcisistas de la parentalidad”, en los que hemos podido diferenciar los principales tipos y formas. Los escenarios están constituidos por cuatro elementos esenciales:

·       una proyección de los padres sobre su hijo ;

·       una identificación complementaria del padre (contra-identificación);

·       un fin específico;

·       una dinámica relacional actuada.

La proyección de los padres sobre el hijo constituye más exactamente una identificación proyectiva. Se trata, en efecto, de una representación del self del padre que es proyectada y que, en consecuencia, es investida con una libido narcisista ; esta representación del self es proyectada bien directamente como tal –igual que en el ejemplo citado más arriba, la representación del niño ideal que el padre habría querido ser- o bien a través de la imagen interna de un objeto, como en el otro ejemplo, la imagen del padre fallecido de la madre. En este último caso, esta imagen, el objeto interno del padre, es portadora de una representación del self que había sido previamente proyectada sobre él; dicho de otra forma, se ha hecho una identificación con este objeto. De esta forma, aunque la proyección sobre el niño corresponda a una imagen objetal, conlleva necesariamente una representación del self y, en consecuencia, es de naturaleza narcisista. Parafraseando a Freud, podríamos decir que la sombra de los padres ha caído sobre el niño, ya sea directamente, o a través de la sombra de sus objetos internos.

La identificación complementaria de los padres, que hemos llamado contra-identificación se lleva a cabo con otra representación interna; en nuestros ejemplos, la imagen de la niña cuyo padre aun vivía, o el padre ideal que habría querido tener. De esta forma, el escenario es siempre conforme a la relación entre self y self, entre dos imágenes de sí mismo.

Así pues el objetivo de la escenificación integra, en todos los casos, la realización de una satisfacción de naturaleza narcisista. Pero también pueden aparecer o sumarse otros objetivos, de naturaleza defensiva – como la renegación [1] de una pérdida – o que permiten satisfacciones libidinales objetales como la satisfacción camuflada de pulsiones edípicas rechazadas.

La interacción actuada entre los actores es el resultado de sus proyecciones e identificaciones. El hecho de que el escenario se desarrolle verdaderamente dentro de la realidad es de una importancia fundamental, ya que permite darle una existencia que sobrepasa lo puramente imaginario y convertirlo en un síntoma con satisfacciones substitutivas camufladas.

Hemos podido diferenciar, en estas interacciones, dos modalidades dinámicas diferentes ; una consiste en fijar” una escena y en hacer todo lo posible para convencerse de que existe de forma inmutable – por ejemplo que el niño y el padre de la situación citada permanezcan siempre ideales; la otra al contrario, consiste en “rehacer” un pasado juzgado inaceptable “corrigiéndolo” en el sentido deseado, como por ejemplo cuando proyectamos en el niño la imagen del niño triste y abandonado que uno ha creído ser e, identificándose como padres que no abandonan, reconstruir retroactivamente su propia historia personal convirtiéndose en el niño que jamás ha vivido una separación.

Así los fantasmas y roles imaginarios inconscientes no sólo determinan la representación del self de los padres, sino también las conductas que éstos tienen con sus hijos en el sentido más general del término: actitudes y comportamientos verbales e infraverbales , expresiones de afecto, omisiones, etc. No siempre captamos al detalle estos mecanismos en una situación determinada pero nuestra experiencia terapéutica nos lleva a subrayar que a veces es muy fácil poner en evidencia un comportamiento relativamente simple de un padre, que acompaña a sus proyecciones e identificaciones y que tiene una repercusión directa sobre el niño; por ejemplo, en los casos de trastornos del sueño, encontramos frecuentemente una madre que proyecta en su hijo la imagen interna de una persona de su pasado, dañada o muerta, lo que le lleva a levantarse varias veces durante la noche para despertar a su hijo y comprobar que aún está vivo. Otros trastornos, como los vómitos y anorexias, pueden provenir de una oposición del niño a un comportamiento intrusivo de la madre, claramente observable. En la mayor parte de los casos, la madre selecciona y refuerza ciertas formas de expresión del niño que, de esta forma, tienden a formar parte del sistema específico de comunicación madre-hijo o padres-hijo.

Así pues, el niño va a reaccionar a estas presiones fantasmáticas, expresadas en el comportamiento comunicativo de los padres en función de sus propias motivaciones, sobre todo su deseo de apego y de “holding” suscitado por sus propias pulsiones y defensas; y va a identificarse, total o parcialmente, con la representación proyectada sobre él, pero también puede a su vez reproyectar o rechazar el rol que los padres le atribuyen, lo que puede afectar a su desarrollo y hacer surgir los síntomas.

Cuando empleamos el concepto polisémico de narcisismo, siempre es necesario precisar a que acepción nos referimos. En lo que a nosotros nos concierne, lo utilizamos en el sentido general introducido por Freud del “amor de sí mismo”, el investimiento libidinal de su propia personalidad o de la representación de sí mismo (del “self”) diferente del amor al objeto, del otro diferenciado del self, “el correlato libidinal del egoísmo”. Sin entrar en la discusión de si existe o no una fase de narcisismo primario, aquí utilizamos siempre el concepto de narcisismo como narcisismo secundario, descrito en la teoría de M. Klein [45] y O. Kernberg [40] como la existencia de una representación objetal del otro convertida en el propio self por los fantasmas de identificación introyectiva y proyectiva que pueden borrar total o parcialmente los límites entre sí mismo y el objeto. Esta concepción permite explicar la coexistencia de una relación narcisista – amor de sí mismo en el otro – y una verdadera relación objetal – amor del otro como diferente de sí mismo. La descripción de los escenarios narcisistas de la parentalidad ilustra, en nuestra opinión, esta elaboración de la relación narcisista de los padres con el niño (en tanto que representación de ellos mismos), coexistente con una relación objetal en la que el niño es amado como ser diferenciado. Para nosotros, como lo señalábamos más arriba, estas dos formas de relación forman parte, en proporciones variables, de todas las relaciones entre padres e hijos; pero en los casos “patológicos” que nos vienen a consultar por problemas precoces del desarrollo, constatamos generalmente un predominio de la relación narcisista con el niño, mientras que, en las situaciones menos conflictivas, la relación narcisista –siempre existente– es superada progresivamente por una relación objetal en la que el niño es reconocido y amado, de manera predominante, como un ser diferente.

Los escenarios narcisistas de la parentalidad pueden pues ser superados e integrarse en el desarrollo armonioso de las relaciones padres-hijos; pero pueden también ser patológicos en la medida en que interfieren este desarrollo y entran en conflicto con la realidad, y sobre todo con la realidad de la existencia de un niño en crecimiento que no se corresponde con la proyección que sobre él se ha depositado.

En este último caso, la dinámica interactiva puesta en marcha tiene varias salidas. Es posible que se de un equilibrio entre las diversas fuerzas, el niño se acomoda a la presión proyectiva y desarrolla el papel que le ha sido asignado sin presentar trastornos aparentes de adaptación; estas situaciones lógicamente no requieren ayuda terapéutica por trastornos de la relación o del desarrollo, pero podemos imaginar que estos niños manifestarán dificultades psicológicas más tardías. Por el contrario, las situaciones que sí nos consultan son aquellas en las que el equilibrio fracasa. Esquematizando; el niño, al crecer, deja de desarrollar el papel que le ha sido asignado y manifiesta su necesidad de ser reconocido como persona y nunca más como “la sombra de los padres o de sus objetos internos” lo que conlleva una descompensación por parte de los padres; o bien su acomodación a las proyecciones de sus padres le plantea problemas en su desarrollo y su adaptación al mundo exterior; o finalmente, se presenta como una combinación de las dos.

En la práctica clínica de estas consultas, la puesta en evidencia de escenarios narcisistas se efectúa a partir de diferentes fuentes de información. Se trata, en primer lugar, de considerar que al menos una de las dos partes de la interacción – la madre o el padre – aún interactuando a un nivel preverbal con el bebé, dispone de un lenguaje verbal; es capaz de expresar su pensamiento consciente y de dejar transparentar sus contenidos inconscientes. Pasa lo mismo con el niño mayor y el adolescente. En segundo lugar, la madre establece una relación emocional no sólo con el niño, sino también con el terapeuta. La conversación de la madre – sus asociaciones – permite inferir en sus fantasmas inconscientes, sobre todo aquellos que conciernen y acompañan a su actividad real con el niño, pero también en aquellos que sustentan la relación con el terapeuta, lo que hemos llamado la pre-transferencia; esta transferencia nos puede informar sobre la naturaleza del vínculo entre madre e hijo gracias al paralelismo existente entre este vínculo y el que se establece con el terapeuta. De la misma forma, el conjunto de contra-reacciones (sentimientos y pensamientos), que la proyección de los objetos internos de la madre y/o de otras partes de su self provoca en el terapeuta, constituye para nosotros una de las principales fuentes de evidencia, gracias a la posibilidad de insight y de auto-observación que proporcionan. Estas fuentes de información se completan con los datos objetivos relevantes de la observación del comportamiento interactivo entre la madre y el hijo (Cramer y Stern [18], Lebovici [47]), así como por la evaluación clínica (status mental) de la madre y del niño, que el clínico bien entrenado puede efectuar bastante rápidamente en el transcurso de la consulta.

Todos estos datos, trasladados al contexto de conocimientos teóricos y de experiencias prácticas de la psicopatología individual y relacional de que dispone el terapeuta, pueden permitirle hacer una elección “focalizada” de la dinámica relacional sobre la que se va a basar su comprensión y su intervención interpretativa.

Para facilitar esta exploración, hemos constituído una tabla (de recogida de datos) conceptual de la situación que permite una utilización más rápida de las informaciones pertinentes. Esta plantilla, que nosotros desarrollaremos e ilustraremos clínicamente más adelante, comprende los siguientes elementos:

·       proyección predominante de los padres;

·       contra-identificación de los padres;

·       objetivo de la proyección;

·       reacción del niño a la proyección;

·       comprensión de los síntomas. Impresión diagnóstica del niño y de los padres;

·       factores que provocan el desequilibrio que les lleva a consultar;

·       pre-transferencia de los padres;

·       pre-transferencia del niño;

·       contra-actitud del terapeuta;

·       intervenciones del terapeuta;

·       evolución de la situación.

Nuestra concepción de “escenarios narcisistas de la parentalidad” tiene correlaciones con otros planteamientos publicados en la literatura científica. Como señalábamos, Freud otorga un lugar predominante a los mecanismos de identificación en la formación del psiquismo del niño [31]; abrió así la vía a los estudios sobre la transmisión generacional y la filiación (la “transgeneracionalidad”) (Lebovici [47], Kaës [39], Golse [32]), de lo que el niño recibe en “herencia” de sus padres. Desde otra perspectiva, estas mismas preguntas han sido abordadas por los partidarios de la teoría del apego (Bowlby `13], Main [52], Fonagy [25], Mazet [56]. Mientras que en un contexto más centrado en la cura psicoanalítica, a partir del trabajo de Mijolla Les visiteurs de moi [57] y de Abraham y Torok [2], muchos autores han intentado precisar las condiciones metapsicológicas de la transmisión intergeneracional a partir del material retrospectivo del análisis de adultos (Baranes [5], Enriquez [22], Guyotat [35]).Sobre este tema, podemos citar en particular la concepción de M. Faimberg de “superposición generacional” [24].

En relación más directa con nuestro trabajo encontramos las terapias psicoanalíticas pioneras de Selma Fraiberg [27] sobre “los fantasmas de la habitación de los niños”, centrados en su concepto de repetición por parte de las madres de sus experiencias negativas infantiles en la relación con sus hijos, mediante mecanismos de identificación inconsciente con el agresor, así como en los recientes puntos de vista de Fonagy [25]. Pero es el conjunto de trabajos de B. Cramer sobre la psicoterapia breve [15] [17], a partir de su noción “de interacción fantasmática”, el que más ha contribuido a desarrollar nuestros conocimientos en este campo. Muy recientemente, aunque en una conceptualización diferente, Raphael-Leff [61] ha publicado las conclusiones de su trabajo clínico con los padres y bebés, en el que, por su cuenta, llega a constataciones cercanas a las nuestras en cuanto a los “desplazamientos narcisistas” entre padres y niños pequeños que presentan trastornos de relación; como nosotros, insiste en la importancia de los “fantasmas narcisistas” que pueden remplazar a la realidad y afectar a la interacción padres – hijos.